DESVELO


Y así transcurre otra noche de insomnio sin el diminuto comodín blanco que me permite bloquear mi cabeza para permitirle el descanso necesario a mi cuerpo. Me tiendo a oscuras mirando al techo, cierro los ojos y mi cabeza no se quiere callar. Cada pendiente, cada idea, luchan ocupar ese instante para reclamar relevancia. Sin importar cuantos post it tenga pegados en mi escritorio, cuántos recordatorios haya programado en mi teléfono, o cuántas notas apuntadas en mi agenda, siempre hay un mínimo detalle olvidado que alcanza a sobresalir y causar tensión a la hora de dormir.

Siento los segundos transcurrir lentamente, intento pensar en cosas bonitas, recuerdos de días felices, de visualizar momentos que quiero vivir, pero mi cabeza tiene otros planes. Los pendientes de nuevo se agarran de cualquier detalle que en mis pensamientos se haya acercado mínimamente a su origen. De nuevo empieza el checklist, luego un análisis de probabilidades, uno que otro discurso para responder situaciones complejas que viví durante esos días y que, según mi criterio, no pude enfrentar adecuadamente. Uno sobre otro, empujándose para ver cual logra ocupar más minutos de mi larga noche, van apoderándose de mí. Cuando miro el reloj, han transcurrido solo 45 minutos, aunque se han sentido como si fueran 3 horas. 


Es necesario dispersarse un poco, doy unos pasos a la cocina, bebo un vaso de agua, hago una parada rápida en el baño y vamos de nuevo. Pies calentitos bajo las colchas, almohada cómoda, un pequeño suspiro y ojos cerrados. Como el inicio de una película antigua van apareciendo en fade in, ya no solo los pendientes del día a día, sino también pedacitos de cosas más profundas que en la apretada agenda de la semana, el cerebro no alcanzó a procesar. Se enciende la memoria de heridas rezagadas pero latentes, de conflictos más emocionales, que no solo atormentan sino que duelen un poco, angustias temporales pero actuales. 


Y es aquí cuando arranca la verdadera maratón del desvelo, sobre pensando cada sueño no cumplido, cada caricia no recibida, cada esfuerzo que no se convirtió en logro. ¿Cómo recuperarlos?, ¿cómo puedo trazar un plan para lograr ese viaje anhelado?, ¿alcanzaría la plata?, o será mejor endeudarse y comprar una casa. Pero no se puede ambos, porque aún hay que pagar mil cosas al mes solo para poder subsistir”. Y pasamos al siguiente round. Cuando el monólogo llega a un punto muerto, se abren los ojos y la cabeza se sacude ligeramente para ahuyentar el tema como si fuera un bichito fastidiando en la cara. 


Cuatro horas han transcurrido desde que me acosté, mañana esto me va a pesar. Otra vuelta en la cama, acomodarse para el otro lado, ver al vacío un rato, preparada nuevamente para buscar un poco de descanso. Es curioso como en el silencio de la noche todos los sonidos que son insignificantes durante el día se intensifican. La refrigeradora, nueva, que suena ochocientas veces menos que la anterior, me hace pegar un pequeño salto cada vez que se prende. El ladrido del perro de al lado se siente como un concierto indeseable y abrumador, los vecinos que llegan tarde en la noche y tienen un mínimo grado, por no decir nulo, de consideración cuando entran dando portazos por todo el edificio. La sirena lejana de una ambulancia me lleva a desplegar en el telón de mis párpados imágenes muy gráficas de los escenarios más catastróficos y desagradables. Pensamientos que aparecen de repente sin que nadie le haya pedido a la imaginación divagar hasta ese punto. 


Solución: desahogar la cabeza poniendo en palabras escritas lo que necesito sacar de mi sistema, oficializar mi lista de quehaceres, vaciar el mate para poder dar paso al mundo de los sueños. Y así me encuentro, sentada a las dos de la madrugada en la oscuridad de la sala, dandole una nueva oportunidad a mi sueño reprimido de ser escritora. Sintiendo los suaves movimientos de mis dedos mientras marcan cada letra en el teclado, despacito para no hacer ruido. Dejando que las palabras fluyan en el papel virtual. Hablando conmigo pero  sin sentir tormento, más bien alivio. Seis párrafos después, una sonrisa, un bostezo, un ojo medio gacho. Cierro la compu, me recuesto, me cobijo, cómoda y calentita. Son las cuatro de la mañana, cierro los ojos y en lo que se sienten como 30 segundos…. Buenos días…




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