Espasmos de cuarentena, cap 3



Capítulo 3

Luego de 3 semanas de andar prácticamente de nómada, de la casa de mis suegros a la casa de mi tía, andando solo con una mochila de ropa y una bolsa de pan y harinas sin gluten (porque soy celiaca), volviendo a mi casa solo para verificar que todo esté bien… Empecé a pensar en mis cosas, todo lo que dejé allá guardado, empolvándose. Y me viene cierta sensación de extrañarlas, como que quisiera tenerlas aquí conmigo. Mis zapatos, mis libros, algunas joyas, el resto de mi ropa. Pero considerar siquiera el traerlos implicaría para mí una carga que no necesito, y al pensar un poco más en todo eso que está ahí a la espera de mi regreso, me doy cuenta de que no las extraño, es solo un reflejo de mi la frustración que siento de haber gastado en cosas que ahora no son relevantes para mí, no necesito ninguna de mis cosas… Me basta con un par de zapatos deportivos y algunas mudas de ropa que lavo y vuelvo a usar, una y otra vez mientras van pasando los días, las semanas y quien sabe lo que esto dure.

Cuánto acumulamos porque sí, porque la sociedad nos obliga a adquirir ropa elegante para el trabajo y para los diversos eventos sociales a los que debemos atender; ropa que nos incomoda, que en situaciones como esta, o en un fin de semana normal se queda olvidada en el closet porque no es algo que te gusta usar por ti. Eso sin contar con que además tenemos que tener infinidad de opciones porque al parecer es “vergonzoso” repetir outfit en estos eventos y peor aún si va la misma gente. Cuánto dinero desperdiciado en vajillas vistosas, utensilios finos de cocina y muebles que ahora no podemos mostrar a nadie, por el distanciamiento social. Decorar la casa tampoco es barato, ni fácil, y yo ahora tengo en mi casa cuadros y adornos que nadie ve… porque ni siquiera yo estoy ahí.

Cuánto de todo ese dinero gastado en cosas banales, que a veces hasta olvidas que existen porque están perdidas al fondo de algún cajón olvidado, podría haber usado en viajes con amigos o familia, de los que ahora tendría recuerdos inolvidables. A medida que crecemos nos volvemos impulsivos en las cosas equivocadas, compramos cualquier cosa sin pensar, gastando en vano nuestro dinero, mientras que pasamos años planificando y ahorrando para viajes que nunca hacemos, porque el dinero no alcanza. Sin embargo, nos endeudamos por 5, 10, 20 años en autos, televisores, electrodomésticos y un sinfín de objetos que solo nos retienen de ser libres y nos encierran en la cotidianidad abrumadora, en la que nos rajamos trabajando para sobrevivir, en lugar de desprendernos y aprender solo a vivir.  

Y ahora entendí que ya no quiero, que debo ser impulsiva en cosas que me den real alegría y recuerdos que no envejecerán como la ropa y los muebles que tengo. Y qué, si nunca llego a tener un carro lujoso o una gran casa propia, si repito los vestidos en los matrimonios y no voy a la oficina como toda una ejecutiva de NY, o no me hago las uñas, ni la keratina; o si no tengo unos súper muebles, ni una tv de 60 pulgadas. Nos aferramos a lo material, guardamos cosas en bodegas, cosas que ya nunca más vamos a usar, cuando un familiar muere guardamos sus bienes como un recuerdo, cuando en realidad lo más sano es desprenderse, quitarse el peso de cargar con cosas que no son nuestras, dejar ir…


Cuando me visites te mostraré otras cosas valiosas para mí, te ofreceré deliciosos platillos de la cocina del mundo que aprenderé en mis viajes, te contaré increíbles historias de lo que viví, te recibiré tal vez en cojines en el suelo, pero tendrás de mí toda la atención y afecto, y compartiremos un momento que recordarás no por el lugar, ni por los elementos a tu alrededor, sino por el tiempo vivido, las palabras, los abrazos…  

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