Espasmos de cuarentena Cap. 6: Un ratito más


Un ratito más


Se acerca el fin de la cuarentena, lo anunciaron en la televisión, “Desde el lunes 4 de mayo se acaba el encierro y empieza el distanciamiento social”. Todavía no sé qué implica, ni cómo se va a llevar a cabo, pero tengo sentimientos encontrados al respecto y realmente creo que prefiero que dure un poco más.

Es como un entumecimiento raro en el cuerpo, una especie de pereza mezclada con ansiedad. Como cuando estaba en vacaciones del colegio, aburrida de tanto tiempo en casa, deseando con todo mi ser regresar a clases y ver a mis amigos, pero a la vez, sintiendo que se me va acabando el tiempo de estar conmigo. Es completamente contradictorio, lo sé. Todos quieren liberarse del encierro, mientras que yo realmente quisiera tener la opción de quedarme aquí, guardada entre mis palabras, dándoles el tiempo que necesitan para salir.  No quisiera volver tan pronto a esa vida cotidiana que te absorbe en la rutina, que te roba el tiempo, que te dibuja falsas verdades sobre la mejor forma de vivir.

Es que descubrí tanto estando guardada, que no quiero salir nuevamente y volverme a perder. Es tan fácil dejar que la venda se pose en tus ojos, es tan fácil dejar de distinguir “la felicidad” con tú Felicidad. Perder la perspectiva dentro de paisajes inventados por otros. Hacer de esos “quiero” tus quiero y cuando ya los tienes te das cuenta que en realidad no los querías. Y más tarde, un día no puedes dormir, te atormenta la cabeza con ideas revueltas sobre tu vida. ¿Qué estoy haciendo?, ¿por qué sigo ahí?, ¡Aún no conozco esa ciudad con la que sueño!, ¿será que me va a alcanzar la vida para ir?... Pero, al día siguiente vuelves a asumir tu papel en la obra, te vistes en automático y te introduces nuevamente en lo que parece un bucle en el tiempo, cada día es igual. Trabajas y trabajas, no conoces más vida que la que hay ahí dentro, pero estás conforme, te alcanza para vivir. Y un día llega el punto de clímax, de pronto, te dicen “adiós”, y aunque te sentías parte de una gran familia que nunca existió, lo descubres pronto al irte, porque nunca vuelves a saber de ninguno de ellos. Y te encuentras de nuevo conforme en otro lugar, tratando de encajar de nuevo y ser parte de una nueva familia ficticia, porque no queda más, necesitas subsistir.

Lo más triste es que en verdad puedes vivir así muchos años, tal vez todos tus años de vida adulta. Hay personas que nunca lo ven, mueren sin haber conocido el mundo, no realmente. Pueden haber viajado, pero no lograron ver con la belleza de saberse a sí mismos, de disfrutarse y entenderse. Las noches de cuestionarse a lo mejor fueron interminables para ellos, pero volvían cada día a su rutina, a lo que para ellos era “la vida”. Y es que no tuvieron este tiempo fuera que, obligadamente hemos tenido nosotros. No les dieron el chance de verse al espejo fijamente y ahí responderse con claridad a cada incertidumbre que por las noches se atreve a molestar.

Y no es que yo haya alcanzado la iluminación, ni mucho menos. Pero es por eso que me quiero quedar, porque sí empecé a verme realmente; sí entendí que ya no me importan los ojos que me ven sin verme. Pero aún no es todo, mi camino no está firme aún. Quiero seguir mirándome a los ojos y respondiéndome sin dudar, lo que quiero, lo que busco. Por eso, déjenme un ratito más vivir en esta cuarentena, que dentro de mi encierro me he liberado y me estoy descubriendo. Estoy encontrando mi voz y tal vez encuentre mi propósito en este mundo. Quizá mañana, cuando las puertas finalmente se abran para todos, yo tome otro rumbo, ya despierta en mi conciencia absoluta, ya sabiendo sin vendas ni ilusiones ajenas, a dónde quiero ir.  

Comentarios

  1. Genial Andre, no eres la única con esos sentimientos, me encantó la comparación con el regreso a clases. Y la reflexión del espiral de la cotidianeidad... escalofriante. Gracias por compartirlo.

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