Pluma fina, lápiz mocho
Toda mi vida he admirado la
manera en que algunas personas pueden escribir con tanta soltura, pero a la vez
con una elegancia en el lenguaje que a mí personalmente me intimida. Siempre he
admirado el uso de palabras poco cotidianas, y me resulta emocionante encontrar
escritos de ese estilo, pero honestamente a mí no se me da.
No sé si sea la falta de lectura
pesada, como los grandes clásicos de la literatura, de los cuales he leído muy
pocos, o si se trata de la cantidad de libros leídos en la vida, pero yo no me
considero una come libros y no puedo jactarme siquiera de ser una gran lectora.
Creo que escojo mucho y con gran cuidado a mis autores y las historias que voy
a leer, en las que predomina siempre el realismo mágico. Aun así, no he
descubierto todavía esa parte de mi escritura, más que en un par de historias
fantasiosas que escribí en la escuela y en la universidad, y que algún día las
compartiré.
Respeto mucho a quienes tienen pluma fina y de gran porte. Reitero mi admiración hacia su capacidad de
redactar con tanta finura. Leerlos, para mí, es casi como escuchar música
clásica. Probablemente de ellos vendrán mis mayores críticas, si llego a
letrear algo que logre captar su atención. Pero poco a poco siento que voy
descubriendo también mi estilo, que más que nada es honesto, porque soy persona
de hablar siempre con la verdad.
Escribir, en mi caso, es casi
como hablar con un amigo. De esos de tal confianza que no te importa hacer el
ridículo solo para hacerlos reír. Esos amigos con los que hablas en lengua
desnuda, porque a pesar de cualquier opinión te respetan. Así mismo es la hoja
en blanco, escucha en silencio como la mejor confidente y cuando le pides
consejo te ayuda a que encuentres tú solo la respuesta que necesitas, tal cual
lo haría un gran terapista. Es un desahogo puro, de esos que no dejan nada sin
decir, a veces son confesiones de amor, otras son gritos de histeria y enojo,
sollozos de tristeza o total indignación. A veces son recuerdos felices que necesito
plasmar, para que cuando ya me hayan pasado los años no pueda olvidarlos.
Me encanta saber que me han
leído, pero me gusta más leerme, y no por vanidad ni ego, sino porque me
reencuentro con pedazos de mí que van quedando en el tiempo. Por eso yo no
escribo con pluma fina, para que al final de mis días pueda reconocerme en mis
palabras. Y así quiero que me lean, sintiendo que pueden conocerme a través de
cada letra, punto y coma.
Mi pluma no es de escritora de
gran biblioteca, es solo mi voz cantando en papel (virtual) lo que necesito
decir. Hablar casi siempre me cuesta, me abruman las miradas, me callan las
voces más potentes que la mía y mi cabeza no anda a la misma velocidad porque
siempre prefiere escuchar. Y le exijo y le exijo que cuente, que diga… Pero ella
está ocupada poniendo atención y me ignora. Luego cuando escribo no se calla, y
aun cuando dejo de escribir no me deja de hablar. Me cuenta historias en la
cocina, en la ducha, mientras tiendo la cama. Así que decidí finalmente dejarla
fluir y darle su espacio para expresarse.
La simpleza en mi escritura es la
esencia de lo que soy, casi nadie me quiere compleja, aunque a veces también
puedo serlo. En todo caso, me empeño en entenderme y que me entiendan; y en
aplicar lo que dijo uno de los grandes autores de la literatura
latinoamericana, que sí tuve la oportunidad de leer, Gabriel García Márquez, algo
que leí de casualidad y me marcó: “simplifica la gramática, antes que la
gramática te simplifique a ti”. Por eso, mi pluma no es pluma, es apenas un lápiz
de punta mocha, pero que en lugar de gastarse al escribir su punta se va
afinando con cada palabra, con cada punto, con cada coma.
ACS.


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