Espasmos de cuarentena: Aún hay espasmos


Aún hay espasmos

Sentí que la cuarentena estaba llegando a su fin, pero aún abro lo ojos cada mañana para encontrarme en este encierro interminable. A consecuencia de este aislamiento parcial pero definitivo tantas cosas han cambiado y lo que un día fue ya no es más. Todos aquellos planes motivadores se pospusieron en un principio, pero hoy sinceramente siento que se ha desvanecido por completo la posibilidad.

Una sobre carga de trabajo, a diferencia del inicio de la cuarentena, me ha aislado de las actividades en las que me descubrí los primeros meses como escribir y cantar. Y hoy hago una pausa culposa entre cronogramas de contenido y artes para redes sociales, para escribir un poco a manera de desahogo para no salir corriendo y gritar hasta perder el aliento.
Hay una frase que repito continuamente, según creo, para confortar a las personas cercanas que se sienten afectadas por esta crisis. Pero cada vez estoy más convencida de que en realidad me lo estoy afirmando a mí misma, para no perder la esperanza de que así será. Lo cierto es que en mi intento de sobrevivir a la devastadora situación que enfrentamos he asumido más responsabilidad de la que usualmente podría cargar, pero me veo en la obligación propia de aceptarlo y con ello asumir las noches de desvelo y las horas sin fin frente al computador.

“Cuando acabe esto” es un pensamiento que evito tener porque ya me he visto decepcionada por los planes truncados gracias a la pandemia. Y no se diga de la reducción abrupta del saldo en las cuentas bancarias que nos ha traído. Pero soy humana, es inevitable empezar a hacer planes de cualquier cosa y con la gente que extraño sin considerar que debemos mantenernos distanciados, entonces el “hay que vernos pronto” queda en el aire como un deseo irrefutable de parte y parte, pero, que es casi utópico.  Demasiado tiempo sin la familia, sin los amigos, sin los espacios compartidos que normalmente evito pero que a la larga son parte de vivir. Y a pesar de que afortunadamente paso los días en una casa con jardín y árboles lindos, me encuentro de repente en un encierro total voluntario por varios días, encadenada a la necesidad laboral como consecuencia de la simple subsistencia.

Definitivamente el tiempo no corre hacia atrás y yo no me hago cada día más joven. No puedo negar la sensación de que esta pandemia ha creado en mi vida una brecha en el tiempo en la que todo está detenido menos los años que me pasan. De pronto me veré frente al espejo tratando de cumplir mis sueños con 10 años más encima y quién sabe si con las mismas ganas, o con el simple empeño de no morir sin haberlos logrado.

Seguramente dirán que mi forma de pensar y de sentir es un poco exagerada, que me dejo llevar por el drama. Pero es mi manera de sentirme viva, cuando lloro, cuando sufro y me encuentro desolada; así como también cuando río a carcajadas y estoy llena de dicha y felicidad. Pero ese no es el caso actual. De todas formas, para mí esto es un desahogo, y seguro hay muchos que se sentirán identificados. Otros me dirán “no te sientas mal, hay que ver el lado bueno de la vida”, pero piensen si esas afirmaciones son en realidad una manera de contenerse a ustedes mismos. El dolor nos hace apreciar más los verdaderos momentos de felicidad. Y aunque no busco ni deseo sentirme triste constantemente, sí agradezco estas oportunidades en las que logro escapar del estado piloto automático en el que vivo continuamente, para así poder recordarme que estoy viva y que mis sueños aún necesitan de mí para hacerse realidad.

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